El baloncesto de formación parece que está tendiendo peligrosamente hacía una “profesionalización” excesiva con unos niveles de exigencia que muchas veces no están acorde con la edad de los jóvenes jugadores. Y todo para ganar.
El exceso de competitividad desde cada vez más temprana edad lleva a ver escenas que provocan vergüenza ajena. Padres vociferando en la grada contra el árbitro que en la mayoría de los casos es un chaval que también está aprendiendo y cuyo interés más allá de ganarse unos euros para sus gastos cotidianos consiste en intentar hacerlo bien. Y lo peor es la ansiedad que esos excesos competitivos suponen para los jóvenes jugadores, con unas exigencias que no se entienden ni en aras de descubrir al nuevo niño prodigio del baloncesto.
Algunos padres no sólo creen que su hijo es el mejor sino que casi hacen cábalas sobre la futura carrera profesional de sus vástagos (véase el cortometraje del artículo “Los Padres en el Baloncesto”) como si esa fuera la esencia del deporte infantil sin entender que el objetivo en la base debe ser afianzar valores que además de en el deporte tengan sentido para la futura vida de esos jóvenes: el respeto por compañeros y adversarios, el trabajo en equipo, tomar el esfuerzo y concentración como las bases de la mejora deportiva y personal, aceptar y comprender la existencia de unas reglas del juego, inculcar la actividad deportiva como parte de una vida saludable, y muchos más.
También tenemos a entrenadores que tomando como ejemplo el baloncesto profesional tratan de poner en practica con sus equipos de formación aquello que ven por la tele cada fin de semana como si sus jugadores tuvieran las habilidades de esos grandes atletas que nos deleitan cada día por las canchas de la NBA. Así se podrá ver como jóvenes que todavía están aprendiendo y apenas saben botar y pasar, sin embargo sí hacen la jugada x o y que les marca el entrenador desde la banda cual estratega en plena “Final Four” de la Euroliga. Todo vale con tal de ganar.
Y no todo acaba con esos conocimientos tácticos que algunos tratan de demostrar en la base, sino que incluso en ligas de minibasket en las que el reglamento obliga a que jueguen todos los jugadores, los entrenadores tiran de argucias varias como fingir lesiones durante los partidos o simplemente realizar convocatorias para tratar de mantener en pista a sus “mejores” jugadores a fin de ganar como si ese debiera ser el objetivo principal de esos equipos. Y pongo las comillas porque hablar de mejores o peores cuando apenas se tienen 10-11 años es una aberración, y es que no parece edad para ir realizando ya una selección pues el crecimiento deportivo de chicos/as tan jóvenes es muy variable a esas edades, y quien ahora parece torpe y con escasa proyección puede mejorar mucho con el tiempo (y sobre todo con actitud y entrenamiento). Un ejemplo en edades más avanzadas (junior) fue Pau Gasol, que no era el más destacado entre sus compañeros de generación cuando se proclamó campeón de Europa y del mundo con la selección española, y sin embargo evolucionó hasta ser el mejor jugador de la historia del baloncesto español.
Que se premie con más tiempo de juego a quienes demuestran mejor actitud, es decir, esfuerzo e interés, no sólo es natural sino necesario si queremos inculcar en los jóvenes aquellos valores que aporta el deporte. Ahora bien, ¿cuántos entrenadores permiten al “bueno” del equipo que campe a sus anchas durante los entrenamientos (da igual si falta) para luego ser quien más juegue en los partidos? Y todo para ganar.
Por supuesto, los jóvenes no tienen culpa, y ésta corresponde a padres y sobre todo entrenadores que sólo se preocupan de sí mismos pensando que ganando se convertirán en entrenadores de éxito, teniéndose en cuenta sólo el presente y no el futuro deportivo y personal de esos jóvenes.
Recuerdo durante un curso de entrenador que uno de los profesores, había entrenado chavales de base en equipos de la elite del baloncesto español (llegó a ser ayudante en la ACB), se quejaba amargamente por haber “destrozado” la afición al baloncesto de algunos jóvenes al dejarles sin jugar por el afán meramente competitivo, es decir, todo por ganar.
El titular de este artículo coincide con la traducción que se hizo por aquí del título de la película “Blue Chips” (1994) en la que se contaba las vicisitudes de un entrenador que incumplía las reglas de reclutamiento para fichar buenos jugadores que reforzaran su equipo universitario. El “circo” mediático y económico además de la estructura organizativa que rodea aquel baloncesto, hace que estemos ante otro baloncesto “profesional” en el que la victoria está casi por encima de cualquier otra consideración.
Si no queremos sentirnos también culpables en el futuro como aquel profesor y el entrenador de la película, rebajemos las exigencias competitivas de los más jóvenes, enseñemos e intentemos que aprendan para que además de mejorar como deportistas lo hagan sobre todo como personas, y demos mayor importancia al aprendizaje de valores por encima de los resultados, porque aunque muchos se empeñen en ello, la esencia del baloncesto amateur no es ganar de cualquier manera.
“Lo más importante en la vida no es ganar, sino competir, así como lo más importante en la vida no es el triunfo, sino la lucha. Lo esencial no es haber vencido, sino haber luchado bien.” Barón de Coubertain